divendres, 30 d’abril del 2010

Descapotable


Tengo un descapotable que se descapota exactamente en doce segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce. Ni uno más. Ni uno menos. Es un vehículo japonés y el comercial que me lo vendió me dijo todo aquello de que...
… Aquest cotxe no es condueix, es pilota, a més a més és un vehicle molt exclusiu, Josep María.
A mí los comerciales me dan asco porque nunca respetan el espacio de uno, se acercan demasiado cuando te hablan, te dan palmaditas en el hombro como si te entendiesen para que asumas que ellos han pasado por eso antes, llevan perfumes excesivamente dulzones y en definitiva, tienden a tratarte como si te conociesen de toda la vida cuando en  realidad acaban de hacerlo. Tampoco me agrada la forma que tienen de dar la mano, como triturándotela, como si con ese gesto te quisiesen dar a entender que es preferible que decidas finalmente comprarles algo no vaya a ser que les dé por pensar que estás haciéndoles perder el tiempo, su tiempo, que resulta ser su modus vivendi. Un comercial, además, sólo te saludará si considera que puedes serle útil, únicamente se acercará a ti si considera que puedes llegar a convertirte en un objetivo del cual puedan extraer tajada. Un comercial, solamente decidirá conectar contigo si cree que puede iniciar algún tipo de vínculo comercial con esa puta conexión.  
Me compré el descapotable porque era la ilusión de mi vida sin que la mama se enterase. Es lo que tienen las ilusiones, que hay que llevarlas en secreto porque si se les da bombo se convierten en algo común y pierden esa mística mágica que las hace ilusión; luego, ilusionantes. La mama no podía enterarse de que yo tenía esa ilusión en mi vida porque los Fondos de Inversión, para variar, no estaban a mi nombre.

Había unos Fondos, unos depósitos de la mama invertidos en el Banco Santander que caducaban al año y le hice firmar a la mama un papel en el que se decían muchas cosas, pero para hacer un resumen de todas, resulta que la cosa más importante que decía venía a ser que a partir de aquella firma yo me convertía en el nuevo propietario de la inversión. Engañé a la mama porque necesitaba 32.235 € para poder comprarme el descapotable pagándolo al contado, porque si hubiese tenido que pedir algún préstamo o contratado algún tipo de leasing o renting para abonar el coche, la mama se habría dado cuenta de que algo raro pasaba amb els calers. Me resultó más sencillo engañarla con el cambio de nombre en la titularidad de los Fondos que tener que esconder sesenta cuotas mensuales de renting de un puto extracto bancario. Y es que la mama, se fija mucho en los extractos. La mama se fija mucho en si llevas los zapatos limpios y en los putos movimientos contables que se reflejan en los extractos bancarios.

Me gusta pasear con el descapotable descapotado los medio días, entre la una y las dos y media más o menos. A esa hora sale la chiquillería de los institutos. Tengo una ruta preparada por el centro de Barcelona que hago a veces, una especie de itinerario donde hay colegios sólo para crías con un par de institutos públicos donde estudian también chicos. La mayoría de los centros son colegios de monjas y eso hace que las crías que estudian en ellos aparenten ser bastante golfas. Poligoneras merengonas, que digo yo. Me figuro que será por aquello de que cuanto más se prohíba más me pasaré esa prohibición por el culo. Es una ruta ideal porque cuatro de esos cinco colegios tienen un buen chaflán en la esquina donde poder pararme con el descapotable para contemplar bien a las crías. Salen todas como locas de clase y a mí me gusta mirarlas pensando cosas feas. Me da por pensar cosas tales como que si estuviésemos en guerra, podría disfrutar de sus favores sexuales a cambio de una lata de sardinas, como leí una vez que sucedía en la Francia ocupada durante  la segunda guerra mundial. Cuando al parecer, los soldados canadienses tras haber desembarcado en las playas de Normandía meses antes para liberar a Francia del yugo nazi, hacían cola en burdeles gabachos con ese medio de pago dentro de sus mochilas; y las pollas bien duras bajo sus calzoncillos tiesos.

Alguna vez, en alguno de esos institutos públicos donde también hay chicos estudiando, he tenido algún que otro amago de percance cuando alguno de esos chavales se me ha quedado mirando como con cara de buscar follón. Como si el chaval anduviese pensando para sus adentros que la ausencia de techo en mi coche pudiese facilitarle el llegar a soltarme una hostia en la cabeza o algo parecido. Como si el hecho contrastado de que mi coche no tuviese capota me hiciese más vulnerable cuando en realidad considero que resulta ser precisamente todo lo contrario: La ausencia de capota no me hace más vulnerable a mí, sino que les hace más vulnerables a ellos; a todos los que me rodean.

Cuando la mama descubrió que ya no tenía los Fondos de Inversión aquellos del Banco Santander se enfadó muchísimo conmigo.

Pero yo me enfadé MUCHO más.