divendres, 16 de juliol del 2010

Los Hermanos Maristas


En el colegio de los Hermanos Maristas del Carrer València nos enseñaban a ser personas de provecho sin pisar a los que nos quedaban por debajo. Nos decían que teníamos que estar orgullosos de nosotros mismos. Eso se conseguía siendo generosos con los demás y lo más importante; estando en paz con nosotros mismos. Recuerdo que cuando los Hermanos Maristas nos daban estas indicaciones siempre nos pellizcaban las mejillas cariñosamente. Cuando hacían eso, yo no podía evitar el pensar que aquellos dedos que me tocaban la cara olían raro. Olían como... A rancio, no sé.  
Cuando me hice mi primera paja a los doce descubrí de donde venía aquel olor. En realidad no fue con mi primera paja, de la que guardo un grato recuerdo porque casi me desmayo de gusto cuando llegué al orgasmo. Si no que más bien fue con la sexta paja. Uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis en un día. Mi primer día. Mi advenimiento masturbatorio en un surrealismo realmente sublime y catalán decorado con infinidad de tintes Dalinianossss. Visca Catalunya. Visca la palla. Cosa sana. Tras la número seis, con la polla roja, tiesa y dolorida, recuerdo haberme puesto a olisquear la mano y haber pensado que ese olor era el mismo aroma que se encontraba adherido en aquellos dedos que nos animaban a que fuésemos generosos con los demás y procurásemos estar siempre en paz con nosotros mismos.

Los Hermanos Maristas.

Siempre dejo propina cuando voy de putas. Y si me comen bien los huevos sin que yo tenga que exigirlo dejo más. Cuando me corro, lo que sucede bastante a menudo, ya sea en el interior de una vagina, un culo, una puta cara o en el interior de mi mano, me siento la hostia de en paz conmigo mismo. Todas esas sensaciones se aglutinan conformando una sola, la más importante, que provoca que en definitiva me sienta completamente orgulloso de mí mismo. De lo que hago, de lo que vivo, de lo soy.

Si algún día tinc un fill, lo llevaré a los Maristas del Carrer València peti qui peti cagun cony.

Un día la mama me pilló pelándomela con la playmate de marzo de 1982. No la oí llegar a casa me cago en la hostia de lo concentrando que estaba dándole al manubrio. Le estaba comiendo las tetas a aquella rubia platino. Le había hecho incluso un orificio circular al poster desplegable central para, en un momento dado, metérsela hasta el fondo. Justo a la altura del coñete, qué filla de puta la rubia aquella. Me tenía sorbida la razón. Quería tener por aquel entonces solamente novias rubias y tetudas sentadas sobre sillas de mimbre vestidas con picardías blancos con el coño bien abierto para que se airease. Estaba en mi cuarto con la puerta cerrada y la mama entró en casa más sigilosa que de costumbre.
Creo que venía del gestor.

Cuando abrió la puerta sin llamar y me pilló con la picha al aire arriba abajo arriba abajo con los ojos cerrados metido de lleno en toda la vorágine de ideas que estaba cavilando yo por dentro con la marrana aquella. Construyendo diálogos del tipo ¿ya sabes Josep María que con la colita puedes hacer un montón de cositas muy ricas además de mear? Y de repente siento como se abre la puerta, abro los ojos y ÑAC.

Fundido en negro.

La mama no fue al colegio de los Hermanos Maristas como yo. La mama es de otra época para según qué cosas y fue a un colegio religioso bastante más estricto y religioso que el mío. En su colegio había un ambiente de cristiandad que marcaba. En el colegio de la mama no se tenía que conseguir estar orgulloso siguiendo las directrices de ser generoso y de estar en paz con uno mismo. En el colegio de la mama sólo valía estar en paz con Dios porque el tío este lo veía todo, él decidía si ibas abajo o arriba, sin caer en tentaciones, ni pensamientos libidinosos, con esfuerzo, atención, creencias, rectitud, honorabilidad y convicciones.

El colegio de la mama era muy cristiano y marcaba a los que se alejaban del redil. Las marcas… Estuve más de tres semanas sin poder tocármela por culpa de aquellas dichosas pinzas de madera.

Tres semanas son veintiún días.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco así hasta veintiuno.

Dichosa paz, filla de puta.

dijous, 15 de juliol del 2010