dijous, 5 d’agost del 2010

A golpes


Cuando el Jordi me dijo que el Gerard nos acompañaría todo lo que hice fue permanecer en silencio.


El Gerard es un hijo de puta y va a permanecer siendo un hijo de puta toda su vida por más que su madre muriera cuando el Gerard tenía quince años mientras éste se encontraba jugando su enésima partida al pang en la sala de recreativos de la calle del Jordi. Es un hijo de puta y así será siempre y lo es desde aquella noche en el 92 cuando metió la piedra de costo en el bolsillo de mi cazadora y la mama se topó con ella poco antes de poner en marcha la lavadora. Hay que ser un malnacido porque sólo un hijo de puta diría a su amigo que una piedra de hachís puede pasar perfectamente por pastilla de aceite de ciclomotor. La mama, presa de sus convicciones y creencias y sabiendo que aquella pastilla la cargaba el mismo diablo, hizo de mí cualquier cosa con aquellas dichosas pinzas de madera. Hijo de puta el Gerard.


Cuando por fin pude volver a meneármela recuerdo que en mis pensamientos placenteros cada vez con más frecuencia aparecía la Helena, la hermana del Gerard, y esto fue así durante largo tiempo. La hermana del Gerard con bastante frecuencia se dejaba ver por los recreativos, hacía pompas con su chicle de fresa mientras me hablaba, pedía cigarrillos a su hermano y se reía siempre inclinándose hacia atrás de forma que parece que la estoy viendo. Helena la verdad es que estaba muy buena aunque su hermano era un hijo de puta y siempre lo será. Y mientras el Jordi guardaba la pipa de vidrio en su mochila y me explicaba que el Gerard había cambiado de coche al fin alcancé a decir...


¿I la Helena? No la veig des que va acabar infermeria


Y fue entonces cuando el Jordi comenzó a contarme lo que no esperaba escuchar. El Jordi y la Helena se follaron mutuamente aquella noche del 92 y ahora entiendo que esto ocurrió mientras yo me dediqué a hacerme una paja frente a aquellos jardines tras obtener de Helena su segunda negativa de la noche. Siempre pensé que ellos tardaron demasiado tiempo en regresar al parque para tratarse de una simple compra de tabaco pero nunca había llegado a preguntarlo y ahora tenía la respuesta. El Jordi se lo había estado montando con la Helena a partir de aquella noche del 92 durante varios meses y siempre a espaldas del hijo de puta del Gerard.


Creo que la Helena era consciente que al Jordi y a mí nos molaba. Creo que a ella esto la gustaba, disfrutaba de ello y lo aprovechaba. Recuerdo que el Jordi se lo dijo por su cuenta y a bocajarro una tarde en la que estábamos los tres tirados junto al banco frente a la Casa Batlló mientras el hijo de puta de su hermano se presentaba a la recuperación de no se qué collons. Recuerdo que ella se echó a reir sobre mí, así recibió el piropo, inclinándose hacia atrás colocando su cabeza entre mis piernas, sentado sobre el banco, y recuerdo que le hizo dudar advirtiéndole de mis posibles celos. Recuerdo que su risa sacudía su pecho rítmicamente bajo su sola camisa de tirantes y que yo lo veía desde mi privilegiada situación y que le pedí un chicle y no quedaban. Creo que ella disfrutaba enormemente manteniéndonos calientes ya fuese en las visitas que realizaba con cierta asiduidad a su hermano o en el proceso de sus escapadas con nosotros cuando éste salía de Catalunya con su padre.


Mientras a golpes de memoria y calor se sucedían las imágenes en mi cabeza, una detrás de otra, pude escuchar cómo el Jordi avanzaba en el desarrollo de una Helena entregada a la bebida a la cual conocí de primera mano y se adentraba en una Helena de hace dos días como quien dice en plena crisis, huérfana, con dos hijos propios, anticuerpos, antecedentes penales y una alta adicción.


Crack


Yo a la Helena conseguí comerle la boca unas seis o siete veces, y uno de sus chicles terminó pegado bajo el escritorio de mi habitación, pero ni un triste polvo conseguí echarle. La Helena tenía los pezones más duros que los veinte que yo le entregaba cada vez que me los pedía para comprar tabaco. Ella, mientras corríamos en la manifestación del 95 delante de aquellas pelotas de goma, fue la que me gritó que de qué color eran las mías, la que me empujó dentro de aquel portal sin mediar palabra y la que me llevó bajo las escaleras para restregarse contra mí y dejarme morder sus pezones durante medio minuto escaso a cambio de otros veinte. Dijo, apresurándose, que seguramente el hijo de puta de su hermano y el Jordi nos estarían esperando en la esquina y también dijo que pidiera un marlboro. Así era.


El Jordi continuaba hablando sin parar y la imagen de Helena se difuminaba por momentos. Me aseguró que si un día me acercaba a verla quería acompañarme para verme flipar. Pensé que estaría bien volver a verla pero rápidamente tuve que centrarme en las últimas palabras del Jordi, tenía que recoger al Gerard en la esquina con Montalegre y luego, ya sí, haríamos todo como siempre y en su coche. Me preguntó de nuevo si tenía listo el ipod y antes de que le preguntase el por qué me tocaba a mí recoger al Gerard se me adelantó diciendo que no me quejase como un hijo puta porque él tenía que ir al Clinic a ver a su primo del cual supuse también me había estado hablando.