diumenge, 18 d’abril del 2010

Ardiendo


No me gusta que me sirvan el descafeinado ardiendo.

El que cal fer és treballar. A ningú li agrada treballar, però cal fer-ho

Lo dice el gordo situado justo a mi izquierda, mientras acabo de remover el descafeinado ardiendo y retiro obligado el dedo corazón de mi taza. El gordo sigue hablando a la Montse, mientras yo pienso que tampoco me gustan los gordos que dicen saber cómo se han de hacer las cosas.

La Montse es ecuatoriana y es quien me ha servido el descafeinado ardiendo. Tiene un buen par de razones por las que decido no quejarme. Me sonríe escuchando al gordo, mientras continúa limpiando la cafetera. Entonces, mientras me sonríe, pienso en que no sólo me gustan sus tetas sino que quiero tocárselas. La Montse, que en realidad se llama Clara Eugenia, en los ratos de otras mañanas, me ha hecho saber que sus tetas son originales. No me lo ha dicho directamente, pero sí que me ha repetido eso de tener apuros económicos, una abuela enferma, y el tener que hacerse cargo de su hermano pequeño. Una cosa lleva claramente a la otra.

Incrusto el cigarro consumido en el cenicero más próximo. La Montse se me acerca y recoge las monedas que he dejado sobre la barra preguntándome qué haré hoy. Entonces es cuando el gordo de mi izquierda me mira de arriba abajo y yo me incorporo del taburete en el que estoy sentado y, divertido, porque yo soy muy divertido cuando quiero, le hago inclinarse con un gesto de mi dedo y le digo al oído que cositas malas. El gordo de la izquierda ya sí que no me quita la vista de encima, guiño un ojo a la Montse y les olvido al uno y al otro lo que tardo en cerrar la puerta tras de mi.

He quedado, me gusta concentrarme en lo que hago, y tampoco me gusta llegar tarde. Pero de este encuentro hablaré en otro momento, ahora prefiero concentrarme en las tetas de la Montse.