divendres, 30 d’abril del 2010

Descapotable


Tengo un descapotable que se descapota exactamente en doce segundos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once y doce. Ni uno más. Ni uno menos. Es un vehículo japonés y el comercial que me lo vendió me dijo todo aquello de que...
… Aquest cotxe no es condueix, es pilota, a més a més és un vehicle molt exclusiu, Josep María.
A mí los comerciales me dan asco porque nunca respetan el espacio de uno, se acercan demasiado cuando te hablan, te dan palmaditas en el hombro como si te entendiesen para que asumas que ellos han pasado por eso antes, llevan perfumes excesivamente dulzones y en definitiva, tienden a tratarte como si te conociesen de toda la vida cuando en  realidad acaban de hacerlo. Tampoco me agrada la forma que tienen de dar la mano, como triturándotela, como si con ese gesto te quisiesen dar a entender que es preferible que decidas finalmente comprarles algo no vaya a ser que les dé por pensar que estás haciéndoles perder el tiempo, su tiempo, que resulta ser su modus vivendi. Un comercial, además, sólo te saludará si considera que puedes serle útil, únicamente se acercará a ti si considera que puedes llegar a convertirte en un objetivo del cual puedan extraer tajada. Un comercial, solamente decidirá conectar contigo si cree que puede iniciar algún tipo de vínculo comercial con esa puta conexión.  
Me compré el descapotable porque era la ilusión de mi vida sin que la mama se enterase. Es lo que tienen las ilusiones, que hay que llevarlas en secreto porque si se les da bombo se convierten en algo común y pierden esa mística mágica que las hace ilusión; luego, ilusionantes. La mama no podía enterarse de que yo tenía esa ilusión en mi vida porque los Fondos de Inversión, para variar, no estaban a mi nombre.

Había unos Fondos, unos depósitos de la mama invertidos en el Banco Santander que caducaban al año y le hice firmar a la mama un papel en el que se decían muchas cosas, pero para hacer un resumen de todas, resulta que la cosa más importante que decía venía a ser que a partir de aquella firma yo me convertía en el nuevo propietario de la inversión. Engañé a la mama porque necesitaba 32.235 € para poder comprarme el descapotable pagándolo al contado, porque si hubiese tenido que pedir algún préstamo o contratado algún tipo de leasing o renting para abonar el coche, la mama se habría dado cuenta de que algo raro pasaba amb els calers. Me resultó más sencillo engañarla con el cambio de nombre en la titularidad de los Fondos que tener que esconder sesenta cuotas mensuales de renting de un puto extracto bancario. Y es que la mama, se fija mucho en los extractos. La mama se fija mucho en si llevas los zapatos limpios y en los putos movimientos contables que se reflejan en los extractos bancarios.

Me gusta pasear con el descapotable descapotado los medio días, entre la una y las dos y media más o menos. A esa hora sale la chiquillería de los institutos. Tengo una ruta preparada por el centro de Barcelona que hago a veces, una especie de itinerario donde hay colegios sólo para crías con un par de institutos públicos donde estudian también chicos. La mayoría de los centros son colegios de monjas y eso hace que las crías que estudian en ellos aparenten ser bastante golfas. Poligoneras merengonas, que digo yo. Me figuro que será por aquello de que cuanto más se prohíba más me pasaré esa prohibición por el culo. Es una ruta ideal porque cuatro de esos cinco colegios tienen un buen chaflán en la esquina donde poder pararme con el descapotable para contemplar bien a las crías. Salen todas como locas de clase y a mí me gusta mirarlas pensando cosas feas. Me da por pensar cosas tales como que si estuviésemos en guerra, podría disfrutar de sus favores sexuales a cambio de una lata de sardinas, como leí una vez que sucedía en la Francia ocupada durante  la segunda guerra mundial. Cuando al parecer, los soldados canadienses tras haber desembarcado en las playas de Normandía meses antes para liberar a Francia del yugo nazi, hacían cola en burdeles gabachos con ese medio de pago dentro de sus mochilas; y las pollas bien duras bajo sus calzoncillos tiesos.

Alguna vez, en alguno de esos institutos públicos donde también hay chicos estudiando, he tenido algún que otro amago de percance cuando alguno de esos chavales se me ha quedado mirando como con cara de buscar follón. Como si el chaval anduviese pensando para sus adentros que la ausencia de techo en mi coche pudiese facilitarle el llegar a soltarme una hostia en la cabeza o algo parecido. Como si el hecho contrastado de que mi coche no tuviese capota me hiciese más vulnerable cuando en realidad considero que resulta ser precisamente todo lo contrario: La ausencia de capota no me hace más vulnerable a mí, sino que les hace más vulnerables a ellos; a todos los que me rodean.

Cuando la mama descubrió que ya no tenía los Fondos de Inversión aquellos del Banco Santander se enfadó muchísimo conmigo.

Pero yo me enfadé MUCHO más.

diumenge, 25 d’abril del 2010

A pendre pel cul


Siempre que el Barça palma en un partido importante me dan por el culo.

A mí me gusta mucho comprender todo eso de la relatividad de la cosas, ya he dicho que soy un tipo que se concentra mucho en lo que hace. Pero me temo que esta afirmación que hago más arriba no tiene relatividad alguna porque es cien por cien literal. Ya sé que todo en esta vida es relativo pero puedo afirmar que esta parte de mi vida, la de las petadas de culo tras sonoras derrotas del Barça, no lo es en absoluto.

Cuando palmamos en un partido importante o nos echan fuera de Europa siempre recurro a algún travelo para que me ate y disponga del oscuro agujero de mi culo como él quiera. Eso no me convierte en maricón, collons, porque yo odio a los mariquitas, me caen como el culo vamos, pero hay algo dentro de mí que me pide marcha cuando mi Barça palma, algo que me pide que me ponga de rodillas y sufra un poco, sería algo así como ir a Montserrat a ver a la verge en plan penitencia caminando de rodillas o con garbanzos crudos dentro de unas New Balance de dos tallas menores; y me figuro que como no creo en Dios ni en la moreneta pues una parte de mí se ha tenido que inventar ese castigo provocando que de vez en cuando, muy de vez en cuando, decida auto inmolarme y castigarme poniendo mi culito a merced de unas tías con rabo, la mayoría suramericanas y farloperas, que disfrutan hundiendo sus pollas mientras me dejan claro que yo soy su putita y que nunca dan besos con lengua.

Supongo que la primera vez que llevé a cabo esta penitencia o perversión o cómo collons la llame un puto psicólogo, una parte de mí decidió que tenía que ser ejecutada por un travelo porque precisamente este tipo de prostitución abunda por las noches en los alrededores de l´estadi donde el Barça, horas o días antes, la ha estado tocando y tocando y tocando, persistiendo en pos del gol y de la victoria final en lo que parece es, un largo viaje hacia el éxito eterno donde curiosamente, lo más importante no es llegar al destino final sino todo el trayecto que se va desgranando sobre los terrenos de juego, toda esa serie de etapas que encadenadas, recrean un viaje que genera admiración y aplausos allá donde el devenir de esta travesía transcurra.

La primera vez que pagué por follar fue con diecinueve años, un par de días después de cumplirlos, con las cinco mil pesetas metidas en el bolsillo de los tejanos viejos que la mama me había dado para que me comprase otros nuevos. Y me lo pasé tan bien con aquella fulana que la piel que recubría la punta de mi polla decidió tomarse unos días de reposo y no regresó hasta su posición primera hasta pasada una semana. Huelga decir que su pasárselo bien se convirtió para mí, en un dolor de tres pares de cojones porque aquello escocía como una mala cosa.

Así fue como descubrí que tenía una fimosis de caballo y que podía vivir con ella a cuestas siempre y cuando fuese yo el que se la pelase o bien, cuando follase , lo  llevara a cabo con excelso cuidado, cosa que por otro lado podría haber llegado a conseguir puesto que mi nivel de concentración siempre ha sido bastante alto y huelga decir de nuevo, que a la larga, suelo conseguir todos aquellos objetivos que me propongo. Pero fui con la mama a cal metge i em van treure de polleguera tots dos cagun la hostia puta, en especial el médico aquel, que no dejaba de insinuarme que con el tiempo y con ese tipo de fimosis, podía acabar pillando un cáncer en el capullo o cualquier otra infección bastante más común y no por ello menos dolorosa.

Una semana después ya estaba estirado en una camilla de la Clínica Teknon, la mama siempre ha pagado Mutua, con una plancha metálica debajo del culo para hacer masa, dos chavalillas (cirujana y enfermera) mirándome con una media sonrisa que pretendía desprender rol materno y confianza; y unos auriculares que me dieron conectados a una pequeña radio AM/FM, que me invitaron las dos a ponerme para que el sonido del bisturí eléctrico no me acojonase.

Recuerdo que cada vez que encendían ese chisme biiiiiiizzzz la única emisora que pillaba aquella puta radio dejaba de escucharse debido a las interferencias que provocaba el bisturí eléctrico. La emisora era de música clásica y creo recordar que sonaba el Réquiem de Beethoven. Recuerdo también que cada vez que me latía el corazón un chorro de algo me mojaba las pantorrillas. Recuerdo el olor a desinfectante que tenía la sábana verde pistacho que habían dispuesto frente a mi cabeza a modo de pantalla para que no pudiese contemplar el desarrollo de la operación. Recuerdo que esta no duró mucho, media hora a lo sumo y que me levanté de la camilla con absoluta normalidad, con toda mi polla envuelta en gasitas y un montón de puntos alrededor del capullo que no vi hasta pasadas unas semanas, cuando ya me quitaron todo aquello. Lo que no recuerdo es el dolor que me provocó la anestesia; dos certeros pinchazos, uno en la punta de la polla y el otro en la base de mis cojones, un dolor que me figuro fue tan pero que tan doloroso, que mi mente, preparada, entrenada y concentrada en intentar buscar siempre algo provechoso para mí, ha decidido borrar de mi disco duro cerebral.

Cuando pulso el botoncito rosa del interfono del piso de Isabel Rodrigues ya sé que su nabo de veinte centímetros va a hacer estragos en mi culo porque hace como más de un año que no me dejo meter nada. Y cuando escucho su aterciopelada voz de travesti brasileña farlopera invitándome a subir me cago en Dios por dentro, porque si no hubiese sido por el puto tercer gol de Milito en claro fuera de juego, ahora mismo yo estaría en cualquier otro sitio haciendo cualquier otra cosa. Y mientras subo por las escaleras me da por pensar que un 3–1 en contra es remontable a l´estadi; y que a lo mejor debería haberme esperado al partit de tornada porque la fe mueve montañas y la esperanza aquella es lo último que se pierde.

Pero bueno. Sonrío.

Hacer penitencia de vez en cuando nunca viene mal, te hace sentir mejor por dentro y luego, eso es remarcable, te pasas una semana yendo de lo más suelto y vulguis o no, eso el cuerpo te lo agradece.

divendres, 23 d’abril del 2010

Molto obrigada


Habiendo visto en el Giuseppe Meazza el comportamiento del árbitro, de la misma nacionalidad que Benvinda me cago en deu, pienso que las cosas que yo hago no son tan malas. Hay veces en las que todo resulta increíble. Hay otras veces en las que no distingo si quizá he estado soñando otra vez con zombis, con el papa, o verdaderamente todo ha sido real. A veces las cosas son raras de cojones, muchas veces.

A la hora exacta, las cuatro y cuarto, me encuentro ya en el carrer d'Aragó esquina con Padilla, no me gusta llegar tarde. Si hubiera llegado tarde nada hubiera ocurrido puesto que Benvinda aún no ha llegado. Miro el reloj nuevamente pasados cinco minutos y me enciendo un cigarro. Pienso, observando los coches, que la última persona que me hizo esperar más de diez minutos ya está muerta. Pienso en qué será de Benvinda. Benvinda puso sus papeles en regla dos años atrás, poco antes de concluir el cuarto año de alquiler en uno de los pisos de la mama. Puso también una orden de alejamiento al hasta entonces marido, y la misma tarde en la que me explicó todo puso su cabeza en mi pecho para que, tras mi lengua haciendo su merecido, terminásemos follando en su ibiza negro, atrás. Pienso en que si se presenta en el ibiza negro no dejará que fume dentro del coche. Benvinda es portuguesa y, entre otras muchas cosas, es una maniática de la limpieza.

La distingo al otro lado de la calle a las cuatro y veintisiete. Se ha cortado el pelo y sigue oliendo extrañamente a vainilla como desde el primer día. Habla sin parar acerca de lo que le ha acontecido en la óptica, desde la que dice venir. Yo pienso en que poco ha debido cambiar su vida desde que no vive en mi propiedad porque sigue teniendo ese extraño gesto que mantenía mientras me la chupaba. Tiene treinta y cinco años, pero sigue pareciendo más joven. La Benvinda no te llama la atención en principio, es muy probable que no, pero teniéndola cerca puedes estar completamente seguro que estás contemplando una más que aceptable media hora. No me ha dicho nunca el por qué sigue quedando esporádicamente conmigo ni yo se lo he preguntado. Sé que tarde o temprano en ese encuentro acabaré metiéndosela y eso me basta, aunque es cierto que hablamos mucho para lo no tanto que follamos. Ella no para de hablar, insiste en acercarnos a la Diagonal a recoger la carpeta de unos planos que no le permito terminar de explicarme. No vamos a ir hasta la Diagonal porque no me da la gana, aunque le pongo una excusa de lo más efectiva.

Sonríe.

Cuando Benvinda sonríe entonces recuerdo intrinsecamente para qué estoy allí. Le pregunto por su coche que no he visto. Se queja de mi barba que dejo ver desde el viernes y me dice haberlo dejado en el descampado residencial situado dos calles más allá. Dice no sé el qué frente a la fachada de hacienda y me repite que tomemos un café, parándose de nuevo frente a una cafetería. Ubico los veinte euros que únicamente he decidido llevar encima dentro del bolsillo derecho de mi pantalón, accedo abriéndola el paso al interior. Benvinda se dispone a escoger una mesa, esquivando a los aparentemente estudiantes que entorpecen su recorrido, mientras me pide que le lleve un café solo con dos azucarillos. Siempre pide lo mismo.

Antes de las cinco y media estamos cruzando la calle que da acceso al ibiza negro de Benvinda. Se frena nuevamente a comparar unos precios que no le importan a nadie y continúo andando hacia delante desacelerando mientras extraigo otro cigarrillo. No tarda en volver a mi paso haciéndome saber que se trata del carrer dels Enamorats, y lo dice en un català y un tono musical que me hace replantearme la tarde en ráfagas de segundo. Vuelvo a pensar, mientras ella ha decidido tocarme el culo, que tengo por delante una media hora más que aceptable. Al poco rato, mientras le miro a los ojos, ya estoy pensando de nuevo en el tiempo que me hace perder.

Jura que ella dejó esta mañana el coche ahí, no lo vemos. Decide llamar a su hermana tras estarlo dudando con sus correspondientes pros y sus contras. Finalmente extrae de su bolso el puto telèfon. Dice que ibiza no está y dice que ella está con Pep. Con Pep dice que está, apago el cigarro en el suelo. Hace otra llamada. Otra, se me agotan la paciencia y las ganas de fumar. No sé bien qué collons passa que me empieza a tocar la polla mientras estoy, no sé bien por qué, entretenido, mirando la parte de atrás de un opel astra. Le digo que me largo de allí, que no me vaya por favor. Aparte de ser una puta maniática es una pesada de cojones. Se me hinchan las pelotas cuando menciona que va a llamar a su cuñado, que debe haberse llevado el vehículo a cualquier parte para nada. El teléfono termina partido en cuatro, uno, dos, tres y cuatro, sobre la tierra rojiza que estamos pisando. Me pone la cara que yo quiero que me ponga luego y terminamos discutiendo. Cuando logra componer el maldito aparato me pregunta la hora, las seis menos cinco..

Van a dar las seis y veinte justo cuando tengo su coñete saltando sobre mi rabo. Estamos dentro del citado ibiza negro, atrás. La cara que me pone mientras me la chupa ya ha quedado escrita y no sé para qué collons escribo tanto si esto no se lo lee nadie. Ya le he dicho que me voy de la ciudad, por motivos de un trabajo que no tengo. No quiero volver a verla, me aburre.

dimarts, 20 d’abril del 2010

Zombis


Cuando sueño con zombis me da por pensar que hago cosas malas. No suelo soñar a menudo con zombis, quizás una vez al mes o tal vez dos, pero a veces sucede que sueño con ellos, más que con ellos con él, porque en mis sueños con zombis siempre sale solamente un zombi y siempre es el mismo puto muerto viviente, o al menos, esa es la percepción que tengo una vez que me he despertado.

En mi sueño yo estoy sentado al sol en una terracita del centro de l´Eixample tomándome una mediana bien fresquita y pensando en tetas.

Muchas veces ese pensamiento mamario, se concreta en las tetas de la Montse.

La Montse tiene unas tetas que me gustan. Además toda ella, la Montse, huele siempre muy bien. Aunque me vaya llorando la mitad del tiempo con sus problemas de diners, yo ya sé que la Montse se gasta un dineral en cremas hidratantes, perfumes y cosas de chicas. Las mujeres ecuatorianas son muy femeninas, son muy dulces y también resultan ser muy presumidas aunque más de la mitad de ellas se pongan obesas de cintura para abajo. Se ponen como tejones, que digo yo; se ensanchan, igual es la puta dieta mediterránea que a ellas no les sienta bien porque son de otra raza; o igual es porque a estas les va más sentarse encima de un rabo y culear, como dicen ellas. Las ecuatorianas mueven muy bien el culo haciendo circunferencias perfectas con él, creando puntos equidistantes en un mismo plano con respecto a otro punto fijo central; que es lo que vendría a ser mi polla bien rígida, colorada y catalana.

El seny català, jeh.

En mi sueño, estoy abstraído pensando en tetas hasta que de repente se me sienta delante el zombi ese. Suele ser siempre un muerto viviente gordo y calvo, sin heridas en la cara ni ronchas putrefactas que le cubran todo el cuerpo. Aparentemente no desprende olor y no parece que vaya a atacarme. Yo me fijo siempre en sus ojos porque son de un azul celeste muy intenso. Son ojos muertos, ojos tristes... Y entonces me da por pensar en si los zombis serán felices, ya ves tú qué cosa a preguntarme, porque me figuro que si los zombis no tienen conciencia, ni sienten dolor, ni sufren emociones, que sólo piensan en comer vamos, pues si no tienen dentro nada de todo eso porque son zombis y están muertos, pues puede ser que un zombi sea feliz por no tener conciencia de ser infeliz; o bien, porque está criando malvas.

Y cuando estoy barruntando todos los detalles de esa gran idea, ampliándolos hasta extremos insospechados, el zombi me abre la boca y me enseña unos piños que foten fàstic de negres que són. Me acojono. Entonces me levanto de la terracita y empiezo a correr por toda la calle gritando como un chalado. Y no veo a nadie paseando por ella y el solecito que calentaba ha desaparecido y la birra está caliente y solamente estamos el puto zombi calvo ese que abre y cierra la boca haciendo ñac ñac ñac con los dientes y yo; que no puedo parar de correr buscando con la mirada ayuda, deseando encontrarme con gente, con personas que puedan llegar a echarme un cable. Pero estoy solo...

Menos mal que siempre me despierto enseguida.

Es cuando me despierto, no inmediatamente sino pasado un rato, cuando me da por pensar aquello de que hago cosas malas. Y lo más curioso es que entonces, pasadas unas horas, va y las hago.

diumenge, 18 d’abril del 2010

Ardiendo


No me gusta que me sirvan el descafeinado ardiendo.

El que cal fer és treballar. A ningú li agrada treballar, però cal fer-ho

Lo dice el gordo situado justo a mi izquierda, mientras acabo de remover el descafeinado ardiendo y retiro obligado el dedo corazón de mi taza. El gordo sigue hablando a la Montse, mientras yo pienso que tampoco me gustan los gordos que dicen saber cómo se han de hacer las cosas.

La Montse es ecuatoriana y es quien me ha servido el descafeinado ardiendo. Tiene un buen par de razones por las que decido no quejarme. Me sonríe escuchando al gordo, mientras continúa limpiando la cafetera. Entonces, mientras me sonríe, pienso en que no sólo me gustan sus tetas sino que quiero tocárselas. La Montse, que en realidad se llama Clara Eugenia, en los ratos de otras mañanas, me ha hecho saber que sus tetas son originales. No me lo ha dicho directamente, pero sí que me ha repetido eso de tener apuros económicos, una abuela enferma, y el tener que hacerse cargo de su hermano pequeño. Una cosa lleva claramente a la otra.

Incrusto el cigarro consumido en el cenicero más próximo. La Montse se me acerca y recoge las monedas que he dejado sobre la barra preguntándome qué haré hoy. Entonces es cuando el gordo de mi izquierda me mira de arriba abajo y yo me incorporo del taburete en el que estoy sentado y, divertido, porque yo soy muy divertido cuando quiero, le hago inclinarse con un gesto de mi dedo y le digo al oído que cositas malas. El gordo de la izquierda ya sí que no me quita la vista de encima, guiño un ojo a la Montse y les olvido al uno y al otro lo que tardo en cerrar la puerta tras de mi.

He quedado, me gusta concentrarme en lo que hago, y tampoco me gusta llegar tarde. Pero de este encuentro hablaré en otro momento, ahora prefiero concentrarme en las tetas de la Montse.

divendres, 16 d’abril del 2010

Cuarenta tacos


Me llamo Josep María y cumplí cuarenta tacos el dieciocho de diciembre del año pasado, hace cuatro meses vamos. Cuarenta tacos, que se dice pronto. Cuarenta diciembres, luego soy sagitario.

Se supone que ahora tendría que entrar en crisis o algo así porque siempre se habla del tópico ese de la crisis de los cuarenta. Pero creo sinceramente que he estado en crisis toda mi puta vida y que más o menos todos mis cumpleaños me han parecido siempre igual. Con las mismas caras, el mismo tipo de tarta (crema catalana), idéntico color de velas y como no, el mismo deseo que formulo año tras año; ese deseo que nunca termina cumpliéndose y que jamás digo en voz alta porque en el fondo, aún albergo esperanzas de que llegado un día el cabronazo se cumpla.

Collons.

No sé porqué cuando cumplí los cuarenta hace cuatro meses me dio por acordarme de mi abuelo paterno; el padre del papa. El papa murió cuando yo tenía quince años dejando a la mama viuda y con un montón de propiedades en el barrio de l´ Eixample barcelonés. Tengo bastantes recuerdos del papa; sé que le gustaba escuchar discos de Glenn Miller los domingos por la mañana cuando se desayunaba su arengada saladita con dos huevos fritos y media botellita de vinito del Priorat. Sé que era del Barça y que me llevaba al campo muchos domingos y sé que se discutía con la mama a menudo pero que jamás llegaba ni llegó nunca la sangre al río. Al papa lo atropelló un taxista borracho en Gerona con Aragón un dijous gras a las doce y media del medio día.

Pero decía que cuando cumplí los cuarenta me acordé de mi abuelo.

De hecho, no llegué a coincidir jamás en vida con mi abuelo. Sé cómo era físicamente por las fotos antiguas que rondan todavía por casa: Calvo y gordo como una mala cosa. Y sé cómo era psíquicamente porque el papa una vez me comentó que cuando él nació su padre estaba jugando al dominó en una tasqueta que estaba por el casco antiguo de Barcelona. Al parecer, una pareja amiga fue a decirle a mi abuelo que su esposa había roto aguas en la sastrería de la Gran Vía que regentaban; y mi abuelo les dio las gracias sin dejar de doblarse con el pito doble contando mentalmente cuántos doses faltaban por salir. Es probable por lo tanto que mientras mi abuelo hacía contar doble a sus compañeros de partida por terminar con capicúa, naciese el papa.

A mi abuelo le vi solamente una vez en toda mi vida, hace como diez años; y fue a tres metros de distancia. Ese es el recuerdo precisamente que me vino a la mente mientras soplaba el cuatro y el cero de mi tarta de cumpleaños hace cuatro meses.

Fue una mañana lluviosa en el Cementerio de Cerdanyola. Habían pasado cincuenta años desde que se firmase el contrato de alquiler del nicho de mis abuelos paternos y como no se había llegado a comprar, la mama y yo tuvimos que mover papeles para que trasladasen los restos al panteón de la familia que este sí, era de propiedad. El nicho estaba en la agrupación novena, el número veintinueve mil no sé cuántos y en el cuarto piso, el agujero estaba alto de cojones vamos. Yo no sé qué collons van fer los tíos aquellos cuando abrieron el nicho que se les vino abajo media lápida y catacrash al suelo. Y en esas que con el mármol se cayeron trozos de madera más reseca y enmohecida que Dios. Para colmo, también voló medio fémur embutido en lo que parecía ser una media agujereada y lo peor, una puta calavera.

Ahora no sé si se dice calavera o carabela cagun cony.

Bueno, pues la calavera o como se llame fue rodando chino chano hasta quedarse a escasamente tres metros de donde estábamos la mama y yo mirando como trabajaban los operarios de las Pompas Fúnebres.

Aquest deu ser l´avi nen perque tenia totes les dents.

Me dijo la mama.

A mí no me gustó cómo me miraba el abuelo y mira que no llegué a coincidir con él nunca en vida, pero me da a mí la impresión de que no nos habríamos caído bien. Además, el recordar aquello mandó a paseo mi deseo cuando soplaba las velitas. Ya me pasa a veces, que me concentro en algo y de repente se me pasa por la cabeza alguna idea estrambótica que me jode el pensamiento primero y me pone de mala hostia.

Eso sí, recién cumplidos los cuarenta, aquella misma noche, me pegué un homenaje con tres putas, una tarta de pega y unas botellas de cava. Cava catalán, por supuesto.