dilluns, 10 de maig del 2010

Vilanova i la Geltrú


Fue justamente rodeando la esquina, del carrer de Verdi con la plaça del diamant, cuando la mama me señaló diciéndome que llevaba mi bota izquierda manchada de barro. A continuación, comenzó a maldecir a dios en catalá como sólo ella sabe hacerlo y a golpearme repetidamente en la espalda, ayudándose del suplemento del punt mientras me culpaba de llegar tarde. El que a mi no me guste llegar tarde contiene una carga genética digna de análisis pero no voy a entretenerme, me gusta concentrarme en lo que estoy y yo le estaba hablando a la mama entre golpe y golpe.

Et juro que trobarem la forma d'accedir.

A la mama no le gusta escucharme jurar y con más ímpetu me golpeaba, ahora en la cabeza ahora en el hombro. Me decía que a la Geltrú, la del segundo, no le gustaba todo aquello porque se pensaba que era una estafa pero que yo sabía perfectamente que ella sí quería acercarse y que així se lo pagaba llegando tarde y con la bota embarrada. Aquello que yo sabía se trataba del local de colchones masaje al cual acudíamos. Jordi Estadella, descansi en pau, seguramente y ya no, pero la televisión ha hecho, hace, y seguirá haciendo mucho daño, desde que la mama vio ese anuncio de madrugada no ha dejado de repetirme insistentemente que debía llevarla a comprarse uno.

Para llevarlo a cabo, se hacía necesario el que yo no volviera a confundirme de calle. Procuré limpiarme la bota lo más rápido que me fue posible y siguiéndola ya el paso, agasajándola, provoqué el que olvidase mi retraso y los posibles motivos que habrían llevado a mi bota a ensuciarse.

A veces, casi siempre, tengo la sensación de que la mama me lee en los ojos aquello que me niego a explicarle y esa sensación no me gusta nada. Cuando dejó de golpearme cruzamos la mirada un instante y supe que me había leído lo mucho que me jodía saber que el barça estaba ganando la liga en el Sánchez Pizjuán mientras yo estaba pasando la tarde con ella y, por consiguiente, fuera de cualquier otro chochito primaveral. A la mama increíblemente se le puede escuchar hablar de fútbol, sabe que hay días en que es la única forma de comunicarse conmigo. A la mama le gustaba Van Gaal y en su día llegó a tener unas palabritas con Serra Ferrer, aunque esa es otra historia. A la mama le revienta que anteponga mi sangre culé a la suya propia y, por momentos, me da miedo que me lea en los ojos que lo sé.

Ni que decir tiene que terminamos en el interior de la tienda y estuve sosteniendo el bolso de la mama mientras ella estampaba la firma debida y débitamente, el mismo acceso que yo sé reproducir en sus cinco puntos exactos, *****, cinco, en la que termina siendo su factura de compra del sillón de cabecera. Dice que primero hay que probarlo antes de decidirse a comprarme a mí el de color vainilla. El señor de corbata, que la mama conocía de su juventud en Vilanova, terminó diciéndome que el barça no sólo había ganado con soltura los partidos del Bernabéu y Villarreal sino que también había vencido en Sevilla. Le dije que se comprara el sillón de color vainilla, que tiene algo especial.