divendres, 16 d’abril del 2010

Cuarenta tacos


Me llamo Josep María y cumplí cuarenta tacos el dieciocho de diciembre del año pasado, hace cuatro meses vamos. Cuarenta tacos, que se dice pronto. Cuarenta diciembres, luego soy sagitario.

Se supone que ahora tendría que entrar en crisis o algo así porque siempre se habla del tópico ese de la crisis de los cuarenta. Pero creo sinceramente que he estado en crisis toda mi puta vida y que más o menos todos mis cumpleaños me han parecido siempre igual. Con las mismas caras, el mismo tipo de tarta (crema catalana), idéntico color de velas y como no, el mismo deseo que formulo año tras año; ese deseo que nunca termina cumpliéndose y que jamás digo en voz alta porque en el fondo, aún albergo esperanzas de que llegado un día el cabronazo se cumpla.

Collons.

No sé porqué cuando cumplí los cuarenta hace cuatro meses me dio por acordarme de mi abuelo paterno; el padre del papa. El papa murió cuando yo tenía quince años dejando a la mama viuda y con un montón de propiedades en el barrio de l´ Eixample barcelonés. Tengo bastantes recuerdos del papa; sé que le gustaba escuchar discos de Glenn Miller los domingos por la mañana cuando se desayunaba su arengada saladita con dos huevos fritos y media botellita de vinito del Priorat. Sé que era del Barça y que me llevaba al campo muchos domingos y sé que se discutía con la mama a menudo pero que jamás llegaba ni llegó nunca la sangre al río. Al papa lo atropelló un taxista borracho en Gerona con Aragón un dijous gras a las doce y media del medio día.

Pero decía que cuando cumplí los cuarenta me acordé de mi abuelo.

De hecho, no llegué a coincidir jamás en vida con mi abuelo. Sé cómo era físicamente por las fotos antiguas que rondan todavía por casa: Calvo y gordo como una mala cosa. Y sé cómo era psíquicamente porque el papa una vez me comentó que cuando él nació su padre estaba jugando al dominó en una tasqueta que estaba por el casco antiguo de Barcelona. Al parecer, una pareja amiga fue a decirle a mi abuelo que su esposa había roto aguas en la sastrería de la Gran Vía que regentaban; y mi abuelo les dio las gracias sin dejar de doblarse con el pito doble contando mentalmente cuántos doses faltaban por salir. Es probable por lo tanto que mientras mi abuelo hacía contar doble a sus compañeros de partida por terminar con capicúa, naciese el papa.

A mi abuelo le vi solamente una vez en toda mi vida, hace como diez años; y fue a tres metros de distancia. Ese es el recuerdo precisamente que me vino a la mente mientras soplaba el cuatro y el cero de mi tarta de cumpleaños hace cuatro meses.

Fue una mañana lluviosa en el Cementerio de Cerdanyola. Habían pasado cincuenta años desde que se firmase el contrato de alquiler del nicho de mis abuelos paternos y como no se había llegado a comprar, la mama y yo tuvimos que mover papeles para que trasladasen los restos al panteón de la familia que este sí, era de propiedad. El nicho estaba en la agrupación novena, el número veintinueve mil no sé cuántos y en el cuarto piso, el agujero estaba alto de cojones vamos. Yo no sé qué collons van fer los tíos aquellos cuando abrieron el nicho que se les vino abajo media lápida y catacrash al suelo. Y en esas que con el mármol se cayeron trozos de madera más reseca y enmohecida que Dios. Para colmo, también voló medio fémur embutido en lo que parecía ser una media agujereada y lo peor, una puta calavera.

Ahora no sé si se dice calavera o carabela cagun cony.

Bueno, pues la calavera o como se llame fue rodando chino chano hasta quedarse a escasamente tres metros de donde estábamos la mama y yo mirando como trabajaban los operarios de las Pompas Fúnebres.

Aquest deu ser l´avi nen perque tenia totes les dents.

Me dijo la mama.

A mí no me gustó cómo me miraba el abuelo y mira que no llegué a coincidir con él nunca en vida, pero me da a mí la impresión de que no nos habríamos caído bien. Además, el recordar aquello mandó a paseo mi deseo cuando soplaba las velitas. Ya me pasa a veces, que me concentro en algo y de repente se me pasa por la cabeza alguna idea estrambótica que me jode el pensamiento primero y me pone de mala hostia.

Eso sí, recién cumplidos los cuarenta, aquella misma noche, me pegué un homenaje con tres putas, una tarta de pega y unas botellas de cava. Cava catalán, por supuesto.