divendres, 23 d’abril del 2010

Molto obrigada


Habiendo visto en el Giuseppe Meazza el comportamiento del árbitro, de la misma nacionalidad que Benvinda me cago en deu, pienso que las cosas que yo hago no son tan malas. Hay veces en las que todo resulta increíble. Hay otras veces en las que no distingo si quizá he estado soñando otra vez con zombis, con el papa, o verdaderamente todo ha sido real. A veces las cosas son raras de cojones, muchas veces.

A la hora exacta, las cuatro y cuarto, me encuentro ya en el carrer d'Aragó esquina con Padilla, no me gusta llegar tarde. Si hubiera llegado tarde nada hubiera ocurrido puesto que Benvinda aún no ha llegado. Miro el reloj nuevamente pasados cinco minutos y me enciendo un cigarro. Pienso, observando los coches, que la última persona que me hizo esperar más de diez minutos ya está muerta. Pienso en qué será de Benvinda. Benvinda puso sus papeles en regla dos años atrás, poco antes de concluir el cuarto año de alquiler en uno de los pisos de la mama. Puso también una orden de alejamiento al hasta entonces marido, y la misma tarde en la que me explicó todo puso su cabeza en mi pecho para que, tras mi lengua haciendo su merecido, terminásemos follando en su ibiza negro, atrás. Pienso en que si se presenta en el ibiza negro no dejará que fume dentro del coche. Benvinda es portuguesa y, entre otras muchas cosas, es una maniática de la limpieza.

La distingo al otro lado de la calle a las cuatro y veintisiete. Se ha cortado el pelo y sigue oliendo extrañamente a vainilla como desde el primer día. Habla sin parar acerca de lo que le ha acontecido en la óptica, desde la que dice venir. Yo pienso en que poco ha debido cambiar su vida desde que no vive en mi propiedad porque sigue teniendo ese extraño gesto que mantenía mientras me la chupaba. Tiene treinta y cinco años, pero sigue pareciendo más joven. La Benvinda no te llama la atención en principio, es muy probable que no, pero teniéndola cerca puedes estar completamente seguro que estás contemplando una más que aceptable media hora. No me ha dicho nunca el por qué sigue quedando esporádicamente conmigo ni yo se lo he preguntado. Sé que tarde o temprano en ese encuentro acabaré metiéndosela y eso me basta, aunque es cierto que hablamos mucho para lo no tanto que follamos. Ella no para de hablar, insiste en acercarnos a la Diagonal a recoger la carpeta de unos planos que no le permito terminar de explicarme. No vamos a ir hasta la Diagonal porque no me da la gana, aunque le pongo una excusa de lo más efectiva.

Sonríe.

Cuando Benvinda sonríe entonces recuerdo intrinsecamente para qué estoy allí. Le pregunto por su coche que no he visto. Se queja de mi barba que dejo ver desde el viernes y me dice haberlo dejado en el descampado residencial situado dos calles más allá. Dice no sé el qué frente a la fachada de hacienda y me repite que tomemos un café, parándose de nuevo frente a una cafetería. Ubico los veinte euros que únicamente he decidido llevar encima dentro del bolsillo derecho de mi pantalón, accedo abriéndola el paso al interior. Benvinda se dispone a escoger una mesa, esquivando a los aparentemente estudiantes que entorpecen su recorrido, mientras me pide que le lleve un café solo con dos azucarillos. Siempre pide lo mismo.

Antes de las cinco y media estamos cruzando la calle que da acceso al ibiza negro de Benvinda. Se frena nuevamente a comparar unos precios que no le importan a nadie y continúo andando hacia delante desacelerando mientras extraigo otro cigarrillo. No tarda en volver a mi paso haciéndome saber que se trata del carrer dels Enamorats, y lo dice en un català y un tono musical que me hace replantearme la tarde en ráfagas de segundo. Vuelvo a pensar, mientras ella ha decidido tocarme el culo, que tengo por delante una media hora más que aceptable. Al poco rato, mientras le miro a los ojos, ya estoy pensando de nuevo en el tiempo que me hace perder.

Jura que ella dejó esta mañana el coche ahí, no lo vemos. Decide llamar a su hermana tras estarlo dudando con sus correspondientes pros y sus contras. Finalmente extrae de su bolso el puto telèfon. Dice que ibiza no está y dice que ella está con Pep. Con Pep dice que está, apago el cigarro en el suelo. Hace otra llamada. Otra, se me agotan la paciencia y las ganas de fumar. No sé bien qué collons passa que me empieza a tocar la polla mientras estoy, no sé bien por qué, entretenido, mirando la parte de atrás de un opel astra. Le digo que me largo de allí, que no me vaya por favor. Aparte de ser una puta maniática es una pesada de cojones. Se me hinchan las pelotas cuando menciona que va a llamar a su cuñado, que debe haberse llevado el vehículo a cualquier parte para nada. El teléfono termina partido en cuatro, uno, dos, tres y cuatro, sobre la tierra rojiza que estamos pisando. Me pone la cara que yo quiero que me ponga luego y terminamos discutiendo. Cuando logra componer el maldito aparato me pregunta la hora, las seis menos cinco..

Van a dar las seis y veinte justo cuando tengo su coñete saltando sobre mi rabo. Estamos dentro del citado ibiza negro, atrás. La cara que me pone mientras me la chupa ya ha quedado escrita y no sé para qué collons escribo tanto si esto no se lo lee nadie. Ya le he dicho que me voy de la ciudad, por motivos de un trabajo que no tengo. No quiero volver a verla, me aburre.