dijous, 9 de setembre del 2010

El jardí de l'edèn


Me examino muy bien a mí mismo frente al espejo, sobre todo haciendo hincapié en la pulcritud de mis sandalias, pues pretendo evitar que la mama me entretenga al disponerme a salir. Accedo al salón y ella repasa mi vestimenta de arriba abajo mientras yo retiro mis llaves de la mesa. No me pregunta a dónde me dirijo por lo que inutiliza mi armada mentira mental; ni siquiera yo mismo conozco mi verdadero propósito. El Jordi me había repetido la hora, las cuatro y media, y yo no quería hacerle esperar. Miro el reloj, digo a la mama que no me espere y cierro la puerta tras de mí.

He estado más de quince días encerrado dentro de la casa.

Un inoportuno accidente mientras escondía una revista en lo alto del armario de mi habitación con la correspondiente rotura de costillas me ha retenido más de quince días, con sus más de quince noches, postrado en el maldito salón de la casa. He engordado cuatro kilos tras tragarme las contínuas declaraciones del mourinho traductor y las flores a base de miel y sésamo que hace la mama. A la mama la gusta mucho que pidas que por favor te traiga un vaso de agua, que te mueva el cojín hacia un lado o hacia otro por favor. Le encanta acompañarte a mear.

Per l'amor de Déu, nen

Ella siempre regresa del baño, emprendiendo de nuevo su lectura de la biblia catalana, sin saber que aunque me falten costillas sigo meneándomela como Adán. Un Adán al que, por cierto, no creo que Eva le tocase tanto los cojones como hace la mama conmigo. En estos más de quince días con ella dentro de la casa, he aprendido más de Jacob que en toda mi puta vida. Jacob tuvo no sé cuántos hijos por década y vivió muchísimos más años de los que merecía. Entre todos sus hijos no había ninguno como yo, eso dice la mama.

He estado más de quince días encerrado dentro de la casa, pero ya estoy fuera.

En la calle compruebo el olor de los absolutamente reconocibles geranios que la señora Piedad deja ver en la repisa de sus ventanas del piso de abajo, las riega con la leche que compra en el mercadona. Echo un vistazo para localizar al maldito portero del edificio tras asegurarme que aún no recogió los contenedores. Leo el número pintado en el contenedor que se encuentra justo a mi izquierda, 42, y aguantando la respiración con un respingo cruzo la acera.

Al Jordi le hace gracia que le pregunte si la Helena sigue estando buena. Lo hago mientras me dispongo a colocarme el cinturón una vez dentro de su coche. Responde que ella sigue teniendo su punto pero que ese punto a él ya no le gusta y vuelve a repetirme, mordiéndose el labio inferior, que voy a flipar. El hijo de puta del Gerard no nos acompaña, cosa que a mí me alegra, y el Jordi se ocupa en contarme que es mejor que el Gerard no esté presente y que no era la primera ni la última vez que él realizaba esta visita yendo solo.

Mientras cruzamos la Plaça de les Glories pienso en cuánto me gustaría que la Helena se agachase para chuparme la polla, aunque fuese sólo durante un rato. Al Jordi, que no sabe lo que voy pensando, no parecen entusiasmarle mis preguntas. Hago muchas y para algunas no hay respuesta posible. No tardamos mucho en aparcar, el número del portal donde ahora vive la Helena nos queda a unos cien metros. El Jordi me pide un chicle y dice que me esperará como mucho un cuarto de hora. Se niega a subir conmigo, me guiña un ojo. Cuando el Jordi me guiña un ojo significa que todo estará bien. Le hago caso y camino hacia el portal indicado mientras me voy observando los pies.

La Helena enseguida me abre la puerta. Sin detenerse a observarme me pregunta con cierta prisa, y con un gesto que yo no le recuerdo, que si llevo algo encima. No digo nada acerca de mi expectación y creo que no me reconoce. Me mira impaciente. Contesto que sí, mientras me saco del bolsillo derecho del pantalón el sobrecito transparente que el Jordi me ha entregado antes de bajarme del coche. Ella me lo arrebata de la mano sin mediar palabra y se lo come con los ojos. Vuelve a dejárselos caer sobre los míos y me indica que pase dentro con ella. Creo que sigue sin reconocerme pero a mi ya me da igual, siento que se me pone dura porque acabo de constatar que la Helena no usa sujetador para moverse en casa.

Se acerca a la mesa de lo que en su día pudo llegar a ser un comedor y recoge en un segundo el trozo justo de papel de albal que cree va a necesitar. Antes de que consiga verla el pezón izquierdo ya está de subida. Me mira mimosa, acto seguido, y me pregunta en un perfecto catalá qué es lo que quiero que me haga. Cuando regreso a la calle no me molesto en mirar hacia atrás, el hijo de puta del Jordi debe estar ya aparcando en el garaje de su casa.