divendres, 3 de juny del 2011

El chavo del 8

Salí de la cárcel tres días antes de ver al Barça pasar por encima del Manchester United en la final de la Champions.

No sé cómo consiguieron dar conmigo, no me lo explico, aunque tenía mi ipod nano de 16 gigas encendido entre las piernas y no les oí llegar. El Jordi y yo siempre nos hemos entendido bien, creo que él no tuvo la culpa. El coche no era mío y desconocía que fuese ilegal la matrícula, pero no hay excusa cuando encuentran más de treinta y una, 3-1, huellas dactilares en el asiento del copiloto y en distintas partes del salpicadero. Yo siempre he pensado que la droga se consume, no se trafica, pero se ríen de uno al decirlo en voz alta en un patio de reclusos. Lo peor de mi estancia en la cárcel fue convivir con la Incomodidad. Me entró al poco rato de saber que mi destino era Ocaña 2, y es que es adentrarme en la provincia de Lleida rumbo sur y comenzar la Incomodidad. La mama dice que ya no tiene hijo pero sigo llamándola cada mañana, sé que algún día me cogerá el teléfono.

El cocido madrileño puede que te haga vomitar el primer día, puede que no consigas degustarlo la vez siguiente, pero si acabas comprobando que será lo único que te lleves a la boca terminarás limpiando el plato. El Leles, el de la 214, cambiaba el arroz con leche por yogures de coco y le gustaba encenderse un ducados negro mientras desplegaba la página principal y última del as, recortándola, y me hacía entrega del resto. Yo, que siempre que el Barça palma en un partido importante me dan por culo, rompí esta dinámica en la final de la Copa rota. Nadie tuvo huevos de venir a tocármelos, no se dijo nada a este respecto. Es más, sembré la envidia del módulo días atrás de estos hechos por mi abono semanal a l´ estadi. Casualidad o no, no había ni un solo culé entre todos ellos, dos chavales der Betis, el mariquita del Hércules, el Bruno siempre del atleti y madridistas por doquier que no se juntaban con vascos, entre los que se encontraba el Leles del Athletic Club, de la 214.

Todo el mundo sabe que todos y cada uno de los goles del Mundial de Sudáfrica se marcaron por jugadores que visten la camiseta del Barça: el 8 y el 6 Iniesta, el 3 y 5 Puyol y distintas maravillas del 7 Villa. Todo el mundo pudo ver cómo el imbécil de Xabi Alonso falló el penalti válido ante paraGuay. Pep Guardiola representa la madurez más brillante que ha visto el mundo del fútbol y Messi se inyectaba en sus piernecitas azulgranas cuando no tenía más que trece años. Todo el mundo no se piensa que porque la mama se quede sola en el despacho de Serra Ferrer tiene que haber algo sucio por medio, al mariquita del Hércules ya le dije una tarde en el patio que no se me acercara por la espalda pero cuando le hablé de Serra Ferrer recuerdo que dijo que parecía un señor muy amable, no todo el mundo piensa como el Jordi. Aunque el Jordi me dice las cosas a la cara me cago en Dios, y él no ha creido nunca en Dios pero desde siempre el Jordi creyó en el Pep. Al Jordi le gusta decir eso de que Guardiola es lo más parecido a Dios, porque ganó seis títulos y al séptimo descansó. Le gusta decirlo y reirse, el Jordi casi siempre se está riendo.

I que per molts anys tinguem la sort que en Pep estigui a can Barça, així la seva trajectòria s'anirà farcint de noves conquestes, nous títols, noves satisfaccions per als culers i els bons afeccionats al futbol.

Con cada récord batido por el equipo el Jordi se ríe, oh sí. Se reía menos cuando le llamé desde la cárcel para decirle que era igual de hijo de puta que el Gerard, el hijo de puta hermano de la Helena. No se reía, no, me juró por su madre siete veces que cuando yo saliera de la 217 íbamos a subir al Tibidabo, porque el Jordi sabe que a mí me gusta mucho el Tibidabo. Y sí, subimos y luego me pareció comprender todo y ese todo cobró su sentido cuando el Jordi se levantó de la butaca segundos antes de que el segundo gol, del 10, entrara en la portería de los cuarenta años de Van der Sar. Me acordé entonces que el Jordi me dijo que me daría un toque al móvil, el toque que después vi con la mirada del mosso observándome con cara de Ronald de Boer, y me acordé de Van Gaal cuando castigó a un Víctor Valdés que se rebelaba no aceptando su destino, me acordé también de los tulipanes en la terraza de la habitación de la mama y también pensé en correrme, en que me iba a correr de un momento a otro en la boca de una furcia tan negra como los brazos de un Abidal que se apoderaba de su banda con el hígado mejor que el mío que llevaba contadas 9 copas y la última que se me cayó al suelo.

Como la mama dice que no tiene hijo, el Jordi me ha acogido en su casa como a un hermano y allí estábamos los dos, en el mismo escenario diecinueve años después, la peña viendo Wembley, viendo cómo el mejor Barça de la historia campaba a sus anchas levantando la cuarta Copa de Europa, como cuarto es el Zamora que gana su portero más internacional y como cuatro o cinco o nueve son los balones de oro que ganará Messi porque no hay arte más supremo que el que se hace con gusto y lo suyo en el fútbol son notas messicales.

He pasado unos meses tocándome mucho las pelotas, sí, me gustaría echarme a la cara al ministro del interior, que no es otro que Rubalcaba, para permitirme decirle qué clase de comentaristas han de retransmitir los partidos que un fútbol del nivel de este Barça requiere. Si los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado fueron capaces de enfarlopar a Diego Armando Maradona, qué cabría esperar que harían conmigo, seguidor acérrimo, he sido preso común. Sí, pero bah, aquí estoy, soy libre de decirle desde aquí mismo a Mourinho cuál es tu cámara.

Vas a morir en el teu puto circ sense malabaristes.